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Gilberto Muñiz Caparó,
Licenciado en Letras y Ciencias Humanas; Periodista, Radiodifusor. Con un
Master en Ciencias Políticas y Administrativas, ha trabajado como
Analista Político en Radio y Televisión. Como Político ha
desempeñado en Perú importantes cargos, como Congresista
Nacional, Alcalde del Cusco, Presidente de la Comisión Bicameral de
Presupuesto del Congreso de la República, Presidente de la
Comisión de Economía del Congreso, Asesor del Presidente
Valentín Paniagua Corazao en el Gobierno de Transición. Ha
incurcionado en el mundo de la literatura, habiendo publicado las novelas "Amor
Mestizo" y "Con el Fogón Encendido" y en imprenta "Atrapado en el
Pantano". Actualmente tiene en preparación el libro de "Hampatu" con
cuentos y leyendas del Perú.
Del libro de Hampatu - Serie andina
- "EL
BOSQUE" - Cuento
En
PDF : 4 Pág. = 29 Kb -
INDIA
REFINADA- Cuento
"AMOR SERRANO" -
Cuento
"A CESAR
VALLEJO" - Poema
El Bosque Gilberto
Muñiz Caparó
A un bosque andino, nutrido de
oxígeno y de vida, con todos sus seres animados, conservando el
íntegro de sus sensaciones y movimientos y reflejando el vigor de la
fuerza espiritual que en su seno encontraban los habitantes del Ande,
llegó de lejos un hombre montado a caballo en busca de morada y
habló con el árbol que él escogió, al que le puso
de nombre "El árbol de la Esperanza".
-Préstame unas cuantas ramas de
tu frondosa longevidad -le dijo-con gran respeto.
-Para qué las quieres
-preguntó el árbol.
-Con ellas construiré mi casa y
abrigaré mi hogar -contestó el buen hombre.
-Llévate ramas grandes y
pequeñas. Levanta tu casa y vive en paz -dijo muy solemne el
árbol.
El barbado, contento, hizo su casa y
formó su hogar. Pero pronto regresó; y, frotando sus manos
cuarteadas por el frío, exclamó:
-Querido hermano "Árbol de la
Esperanza"El invierno está crudo. Noches difíciles, penetrantes y
frías estoy viviendo. Necesito más abrigo. Sin calor no
podrán vivir los míos ni tampoco yo -agregó.
El árbol, generoso, sonriente,
contestó:
-Los oriundos de esta región
se abrigan bien y no necesitan cortar árboles para ello. Los hombres de
estas tierras, han sido siempre muy respetuosos con la naturaleza. Los bosques
fueron, desde antaño, sus templos de paz, de descanso, de
reflexión y de provisión de oxígeno. Construye tu casa con
barro y piedra como lo hicieron siempre los pobladores de estas tierras. La
boñiga y la paja ayudarán a mantener tu fogón encendido y
te darán mucho calor -dijo-.
-Mi gente necesita estar más
confortable y vivir mejor-explicó el hombre-. Nosotros hacemos nuestras
casas utilizando mucha madera y nos alimentamos y abrigamos gracias a ella.
También nos gusta mantener las llamas vivas en nuestro fogón.
-Si ha de ser para que vivas
tranquilo, una buena poda no me vendrá mal. Corta de este lado, sin
dañar mis venas ni mis raíces porque de ellas brotarán
más ramas y tú podrás abrigarte mejor; corta poco a poco,
sin herir mis canas, respondió el árbol, muy condescendiente.
El hombre, sereno, agradecido, fiel al
consejo, sin herir cortó y su fogón avivó.
Pasaron los días, las semanas y
los meses. La naturaleza que aún se prodigaba a sus anchas,
seguía el ritmo de los milenios de convivencia con el aborigen de
entonces. Las aves eran tantas que tapaban el cielo y le quitaban luz al
día cada vez que levantaban vuelo para emigrar en busca de sol. El aire
sobraba y los ríos estaban límpidos y corrientes; los verdes se
multiplicaban; la creación se mantenía en perfecto equilibrio y
el ser humano convivía en gran armonía con las plantas, los
animales y hasta con las piedras. Tal vez -la Pachamama- que se había
acomodado a las formas de vivir de esa formidable Civilización asentada
en el Ande, no había percibido entonces los peligros que
entrañaba continuar dialogando, concediendo y aceptando los
requerimientos del extranjero. Así fue que, el hombre blanco, una vez
más regresó.
-Me falta más madera -dijo-
porque mi casa ha crecido. Necesito de tu ayuda para hacer más
confortable la existencia de mis familiares.
El árbol, complaciente, sin
mostrar impaciencia y sin pedir ninguna explicación adicional,
cedió sus ramas, las más gruesas, las más largas y
también las pequeñas.
Un día de tantos, cuando
aún todo era calmo y la paz reinaba en esa esquina del Ande,
llegó al bosque otro hombre, y otro y más y más
y la
espesura preñada de belleza, esos paisajes y microclimas que otorgaban
vida a la existencia, de hombres de distintas razas y credos y ambiciones se
fue poblando. Unos -los leñadores-se conformaban con un árbol;
otros -los mercaderes- sin piedad por la naturaleza, arrasaban, depredaban,
esquilmaban. No contentos con ello, hundían sus barretas hasta arrancar
las raíces, hasta arrancar las raíces, hasta arrancar las
raíces. Uno de los que sucumbió temprano fue el "árbol de
la esperanza". Hoy, en ese recodo del Mundo Andino, ya no hay árboles ni
hay hombres; y, de vez en cuando, alguna que otra solitaria golondrina, pasa
volando en busca de sol...
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Gilberto Muñiz Caparó
Amor Serrano Gilberto
Muñiz Caparó
Al atardecer de un domingo invernal,
regresaba a casa después de un almuerzo muy regado. Hacía
frío y mi cuerpo reclamaba un abrigado descanso.
Muy cerca ya de mi hogar, en la misma
esquina donde empecé la vida, me topé con una escena por
demás violenta y desigual: un hombre de origen andino, embriagado, le
arrimaba una feroz paliza a su mujer, también subida de tragos. Su furia
crecía en la medida en que la fémina gemía, gritaba e
insultaba con desgarrada voz. Los puntapiés, trompadas y sopapos
caían uno tras de otro en el cuerpo de su víctima, haciendo
sólo breves pausas que el sujeto requería para tomar aliento. Y
la mujer sangrando, llorando y pujando, aprovechaba las pausas para repetir sus
insultos que, al parecer, enfurecían más al atacante.
-¡Ayau! ¡Ayayau!, hueqro
aqarwito, ¡ayayau carajo! ¡Kunanmi rikunki! (Ay me duele, me duele
mucho maldito brujo del infierno, ay me duele carajo, ahora vas a ver. Supaypa
wawan (hijo del demonio, desgraciado).
No soy de las personas que gusten
comprarse pleitos ajenos, pero el drama por demás doloroso me
sacó del esquema. Sin reflexionar un instante atiné a
intervenir:
-Oye, ¡carajo! Qué pasa
contigo ¿Por qué la golpeas de esa manera?
El runa, muy respetuoso, con exagerada
ceremonia se me acercó tambaleante. Dijo:
-Perdón papá. Esta es
pues mi mujer. Me molesta papá. Se abusa conmigo. Todo el tiempo me
está fregando.
-¡Carajo! Pero no puedes pegarle
de esa manera, por mucho que te moleste. A una mujer no se le pega por ninguna
razón -dije con seguridad y dominio de la situación.
-Perdón papá. Ya no le
voy pegar más papá, perdón papá.
-Bueno, bueno, ahora, levanta a tu
mujer del suelo y llévala a que la curen, mira cómo está
de maltratada la pobre -dije, dando por terminada mi participación.
Pero no bien pronuncié la
última palabra, surgió la voz destemplada e irritante de la
mujer. Ella, se había incorporado ayudada por la pared. Con el rostro
ensangrentado, mostrando un aspecto diabólico -palmeando sus manos, como
aplaudiendo toda su insolencia- se me enfrentó a grito pelado. Por
demás indignada dijo:
-Por que te metes pues en mi vida,
saqra misti aqarwito(mestizo endemoniado y maldito) Es mi marido pues,
él pues tiene su derecho de pegarme, tiene pues todo su derecho, por
algo es mi marido; si quiere puede matarme, a ti que te importa. Pin kuna
kanqui alko mana munayoq (quién eres tú perro sin alma).
El hombre, siempre respetuoso
atinó a decirme:
-Perdón papá,
perdón papá, no le hagas caso. Ella está buscando pues mi
cariño. Por eso pues le pego papá, por eso pues le
pego
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Gilberto Muñiz Caparó
A César Vallejo
Gilberto Muñiz Caparó
Las viejas voces del
campanario siguen allí, diciendo cosas. Hablando
están, gritando están y con sus campanas del
tiempo, continúan llamando, y cada vez más firmes,
convocando
Y con ellas, su campañero, enérgico,
armonioso, gigante con sus versos maduros, humano,
vibrante, está creciendo, como crece la inmensidad de un
infinito sin escudos.
Vallejo, el Cesar del horizonte literario, con
su mensaje diáfano, con sus aprestos sinceros, fresco y siempre
lozano está brillante, está brillante, está
brillante.
César, el Vallejo de los poetas, fiel
compañero del pueblo eterno, hace madurar su grito
fraterno preñado de versos con saetas. César Vallejo,
convocador permanente, con sus campanas del tiempo nunca, jamás,
ha estado ausente.
Las viejas voces del campanario están
llamando
y convocando; y con ellas, el poeta. lúcido,
triunfante, diestro navegante en los húmeros del dolor
latinoamericano; y con ellas, el Poeta, primer asistente del nuevo
plenario del Continente.
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Gilberto Muñiz Caparó
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